MEXICANOS, UNA POBLACIÓN CON MUY PRECARIA SALUD
La gran mayoría de los mexicanos tenemos, por decirlo suavemente, una precaria salud, la cual en buena parte proviene de pésimos hábitos alimenticios que nos han convertido en poseedores de los primeros sitios en los rankings mundiales de enfermedades crónicas y la ausencia de políticas públicas al respecto.
En mi entrega anterior abordé el tema de la salud pública desde la perspectiva del uso político que le han impreso tanto la oposición como los diversos detractores de la 4T y adversarios al expresidente Andrés Manuel López Obrador, desde hace seis años.
Enfoque que de hecho utilizaron profusamente durante todo el proceso político que culminó el pasado dos de junio, y en el cual, aludían a un México caótico en materia de salud, fincando sus acusaciones en una realidad de la que fueron impulsores y que cínicamente prometían revertir.
Tenemos un país efectivamente con enormes carencias en todas las dependencias que se ocupan de la salud pública, tales como equipamiento, instrumental médico e incluso medicamentos, así como clínicas y hospitales.
También tenemos enormes faltantes de personal de medicina general, especialistas y de enfermería, pero eso no se originó en el sexenio anterior, sino que se ha venido paulatinamente gestando y agravando sobre todo desde el inicio del período neoliberal, en virtud de que se le empezó a brindar mayor importancia al desarrollo de la medicina privada.
Los hospitales y clínicas del estado dejaron de invertir en equipamiento y en el desarrollo de sus instalaciones para apoyarse en el sector privado al que se le empezaron a subrogar el surtido de medicamentos, estudios y análisis de laboratorio, etcétera. Se llegó al absurdo de contratar con convenios leoninos el uso de unidades hospitalarias.
Todo ello, y más allá de los enfoques políticos que los partidos opositores le imprimieron en el pasado inmediato y que no tardarán en empezar a machacar, viene a reflejarse en una lacerante realidad: la gran mayoría de los mexicanos tenemos, por decirlo suavemente, una precaria salud, la cual en buena parte proviene de pésimos hábitos alimenticios que nos han convertido en poseedores de los primeros sitios en los rankings mundiales de enfermedades crónicas y la ausencia de políticas públicas al respecto.
La puerta de entrada a las enfermedades crónicas es el sobre peso. Las principales causas de defunción en México en 2019 fueron las enfermedades del corazón, la diabetes y tumores malignos, padecimientos asociados con el sobrepeso y obesidad.
Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) 2022, aproximadamente 36.9% de los adultos en México viven con obesidad. Además, 38.3% tienen sobrepeso, lo que significa que un total del 75.2% de la población adulta enfrenta problemas relacionados con el peso.
Este es un fenómeno que se ha venido manifestando desde varias décadas atrás y se origina en pésimos hábitos alimenticios. Los mexicanos somos voraces consumidores de productos chatarra, entre los que destacan las bebidas embotelladas.
En México, el consumo per cápita de refrescos embotellados es sumamente alto, lo que nos coloca como el mayor consumidor de refrescos embotellados en el mundo, superando incluso a Estados Unidos. Según datos recientes, en 2021 el consumo llegó a 160 litros por persona al año.
Lo paradójico es que son los estratos económicos más bajos y por ende los más inermes para combatir las enfermedades crónicas cuando se les presentan, los que arrojan los mayores consumos de productos ultra procesados y bebidas embotelladas. Por ejemplo, cada persona en Chiapas, una de las entidades más pobres del país, consume aproximadamente 821.25 litros de refrescos embotellados al año.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) indica que México tiene una de las tasas más altas de obesidad de entre los países integrantes de ese organismo. Además, 34 por ciento de personas obesas sufre la etapa mórbida, el mayor grado de esta enfermedad crónica.
En ese sentido, la OCDE coloca a México en el segundo lugar de las naciones con mayor índice de obesidad, “la tendencia comienza a una edad temprana, y los niños mexicanos son los más propensos a desarrollarla, sobre aquellos infantes promedio que viven en el conjunto de países integrantes de ese organismo”, según informe reciente.
A pesar de que es un fenómeno que ha venido creciendo paulatinamente, han sido mínimas las políticas públicas implementadas para combatirlo. No fue sino hasta el sexenio de López Obrador que se reglamentó el uso obligatorio del etiquetado con advertencias de riesgo en los productos procesados, a pesar de que distintas organizaciones médicas y organismos defensores de la salud lo venían proponiendo desde antes de iniciar el presente siglo, y que no obstante de haber sido llevado el tema en varias ocasiones al Congreso de la Unión para reglamentarlo, invariablemente fue bateado por los hoy partidos de oposición con el argumento de que se perjudicaría a la industria alimentaria.
Recientemente, la presidenta Claudia Sheinbaum envió al legislativo una propuesta de Ley para prohibir la venta de comida chatarra en escuelas, la cual ya fue aprobada.
Por ello, a partir de marzo de 2025, la Secretaría de Educación Pública (SEP) implementará una nueva normativa que prohibirá la venta de comida chatarra y bebidas azucaradas dentro y fuera de las escuelas en México. Esta medida forma parte del programa “Vida Saludable en las Escuelas” y busca combatir la obesidad infantil y promover hábitos alimenticios saludables que pretende el actual régimen.
Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.
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