Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

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Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

 

HERMOSILLO RESPIRARÁ MEJOR…EN VIVIENDAS DIGNAS

El domingo pasado, en un encuentro casual con Javier Villarreal Gámez —en el marco del homenaje al natalicio del doctor Samuel Ocaña—, me reveló una victoria silenciosa pero contundente: la CTM Sonora, con su intervención decidida y la del diputado Oscar Ortiz Arvayo, secretario general de la CTM Hermosillo, lograron hacerle ajustes significativos al proyecto de vivienda del Infonavit para nuestra ciudad.

Lo anterior es una constatación firme de que la presión organizada —cuando está bien enfocada— da resultados. Porque hablamos de cambios que van directo al hueso: bajar la altura de cuatro a tres niveles, exigir muros medianeros que realmente aíslen el ruido y garantizar un cajón de estacionamiento por vivienda. En el plan original, la mitad de las familias quedaba sin dónde dejar su carro. Eso no era planeación: era absurdo. Lo corregido, en cambio, es puro sentido común.

El logro merece un reconocimiento sobrio: las viviendas dejan atrás la estrechez de 45 m² —y hasta de 36 m² en ciertos casos— para fijar un mínimo de 60 m². Más espacio, más dignidad. Y lo más relevante: contra la lógica especulativa del mercado, costarán entre 500 y 550 mil pesos. El contraste es claro: antes, un dúplex de 45 m² rondaba los 750 mil. Hoy, con más metros, se paga casi 200 mil pesos menos. A eso se le llama justicia económica.

Además, las unidades tendrán aislamiento térmico, suministro de gas —además de electricidad—, andadores, áreas verdes, juegos infantiles y estacionamiento seguro. Se detuvo la construcción al tercer nivel, se reubicaron torres y se ganó espacio abierto para que niñas y niños puedan jugar sin sentirse enclaustrados.

La relevancia de este viraje es mayor si se pone en perspectiva: durante siete años, Hermosillo careció de oferta real de vivienda económica para trabajadores de bajos ingresos. En ese vacío, proliferó la autoconstrucción en colonias periféricas, muchas veces sin servicios, con calles de terracería y sin certeza jurídica. Esa es la otra cara de la política de abandono: familias condenadas a vivir en condiciones precarias, mientras los créditos formales se destinaban a viviendas caras, pequeñas y mal diseñadas.

Por eso este cambio es un parteaguas. El Infonavit vuelve a cumplir la función para la que nació: dar acceso a un patrimonio digno, accesible y justo. No se trata de lujo; se trata de justicia social en su expresión más básica.

Hermosillo necesita, además, repensar su modelo de crecimiento. La expansión horizontal infinita ya no es sostenible. Cada fraccionamiento que se abre en el desierto obliga al municipio a extender drenaje, pavimento, alumbrado y transporte, con costos que se vuelven imposibles de cubrir. Las ciudades modernas apuestan por la densidad bien planeada, porque significa menos traslado, menos contaminación y mejores servicios. Hermosillo no puede ser la excepción: el calor extremo, los apagones y la escasez de agua lo recuerdan cada verano.

El cambio cultural es inevitable, y más vale encauzarlo con sensatez: aprender a ver la vivienda vertical no como amenaza, sino como oportunidad. La clave está en que sea bien diseñada, con áreas de convivencia, servicios completos y reglas claras. Eso es lo que diferencia un conjunto humano de un simple “hacinadero” de interés social.

Y aquí aparece otro punto central: el reglamento interno de convivencia. Avalado por Infonavit, establece derechos y obligaciones, desde el control del ruido hasta la disposición de basura. Incluso, en casos graves, se podrá retirar el crédito a quien abuse. No es mano dura: es un intento por cimentar cultura cívica. En una ciudad donde abundan los ejemplos de descuido de espacios comunes, imponer reglas es indispensable para proteger lo colectivo.

En el fondo, este episodio muestra que, cuando hay presión ciudadana organizada y voluntad institucional, las cosas cambian. Aquí no hubo discursos, hubo resultados concretos: más espacio, menor costo, mejor calidad.

Hermosillo respira con estas casas. Una vivienda de 60 m², con espacio digno, reglas claras y costo accesible, no es concesión: es lo mínimo que merecen los trabajadores que sostienen la economía de la ciudad. Ojalá el ejemplo cunda en otros municipios y otros proyectos.

Porque los hechos, y no las palabras, son lo único que importa.

Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.