Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

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Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

LOS ACCIDENTES PUEDEN SER INEVITABLES. LAS TRAGEDIAS, NO 
De la Guardería ABC al derrame de Grupo México, Sonora encarna el costo humano de la impunidad: tragedias evitables que se repiten por falta de justicia y sanciones ejemplares. Hay heridas que no cierran porque el país que las provocó sigue siendo el mismo. En México, los accidentes pueden ser inevitables, pero las tragedias —nacidas de la negligencia, la corrupción y la omisión— son perfectamente evitables. Y cuando ocurren, se repiten porque la impunidad es la política pública más constante del Estado.
Dos tragedias de Sonora sintetizan este patrón: el incendio de la Guardería ABC y el derrame tóxico de Grupo México sobre los ríos Sonora y Bacanuchi. Ambas revelan un modelo de complicidad donde el poder económico y político se protege a sí mismo, incluso sobre las vidas destruidas.
El incendio que partió la historia de Hermosillo El 5 de junio de 2009 el fuego devoró la Guardería ABC, subrogada por el IMSS. Murieron 49 niños y más de 70 resultaron heridos.
Las investigaciones exhibieron fallas de seguridad, omisiones en inspecciones y vínculos familiares entre los dueños y altos funcionarios.
A más de quince años, no existe una sola sentencia ejemplar. Las condenas recayeron en empleados menores. Los verdaderos responsables siguen libres.
Y las indemnizaciones, aunque presentadas como “reparación del daño”, no compensan el dolor ni restituyen la confianza perdida. El memorial se convirtió en símbolo de duelo y también de indignación.
Es el espejo de un sistema que, si hubiera actuado con rigor, quizá habría evitado tragedias posteriores como la tragedia en la tienda Waldo’s, ocurrida hace unos días también en Hermosillo.
La contaminación que nunca se limpió
Cuatro años después, Sonora volvió a sufrir otro crimen disfrazado de accidente: el derrame tóxico de la mina Buenavista del Cobre, propiedad de Grupo México, sobre los ríos Sonora y Bacanuchi.
El desastre afectó a más de 22 mil personas y contaminó cultivos, ganado y agua. El fideicomiso creado por la empresa —con aval gubernamental— fue una simulación: dinero insuficiente, mal distribuido y sin reparación ambiental.
A la fecha, ningún directivo ha sido procesado. La compañía continúa operando con utilidades récord. En México, los poderosos no pagan con cárcel ni con dinero; las víctimas pagan con su vida o su salud.
El costo pendiente de la impunidad
Mientras no existan sanciones ejemplares, las tragedias seguirán ocurriendo. Por eso, en mi opinión es urgente establecer castigos que realmente inhiban la negligencia estructural:
Primero: indemnizaciones abultadas y proporcionales al daño vitalicio causado a las víctimas o sus familias. No hablo de pagos simbólicos, sino de compensaciones que en conjunto afecten el patrimonio de los dueños o beneficiarios de las empresas. Los empresarios son más precavidos cuando saben que pueden perder su fortuna.
Segundo: sentencia de prisión acumulada por cada víctima fallecida para quienes, por omisión, negligencia o corrupción, pudieron evitar la tragedia y no lo hicieron. Si ese principio se hubiera aplicado en la Guardería ABC, habría hoy una decena de responsables cumpliendo condenas prácticamente perpetuas, que habrían podido influir en las decisiones y omisiones de quienes hicieron lo mismo en el caso de la tienda Waldo’s.
Tercero: inhabilitación de por vida para todo servidor público que, dentro de su línea de mando, haya omitido acciones preventivas. No se trata de ejercer venganza, sino proteger al Estado. Un funcionario que no cumple con su deber de supervisar o corregir riesgos que ponen en peligro la vida de personas inocentes, no debe seguir al servicio público nunca más.
Recapitulando: Las tragedias no son producto del destino, sino de decisiones humanas: de la omisión de quienes deben prevenir, de la codicia de quienes explotan sin cuidar y de la cobardía de quienes protegen a los culpables.
Mientras el sistema no castigue con dinero a los ricos y con cárcel o destitución a los omisos, seguiremos llamando “accidentes” a lo que en realidad son crímenes con víctima y beneficiario.