LA SOTANA EN UN MÉXICO HERIDO
EN LA PENUMBRA DE UNA IGLESIA en Guerrero, Sinaloa, Michoacán, Chiapas o cualquier otro estado, un joven seminarista reza mientras el eco lejano de una balacera interrumpe el silencio. Es Semana Santa, un tiempo de reflexión y esperanza, pero en México la violencia no da tregua.
Durante 2018-2024, 10 sacerdotes y un seminarista fueron asesinados, siete obispos atacados, 26 templos profanados y casi 900 clérigos extorsionados. Sin embargo, en medio de este caos, algunos jóvenes eligen el sacerdocio, atraídos por una fe que desafía el miedo.
¿Por qué en un país donde ser sacerdote puede costar la vida, hay quienes abrazan esta vocación? ¿Qué sostiene a la Iglesia Católica, con sus 98 millones de fieles, (77.7% de la población según Censo del 2020), frente a la inseguridad, indiferencia y atacantes de la institución religiosa?
Tal vez la respuesta más certera la encontremos en el libro “Cartas del Diablo a su sobrino” https://n9.cl/rnkg8 en su página 17 cuando le increpa señalando que en esos momentos de miedo e incertidumbre es cuando más se recurre a Dios. Durante la Guerra Cristera, la represión católica generó un incalculable número de vocaciones que robusteció a la Iglesia.
Aunque no hay datos precisos que confirmen un aumento de seminaristas durante el sexenio de Amlo-, unos seis mil seminaristas mayores y dos mil en seminarios menores en 2020, la historia sugiere que las crisis fortalecen el llamado al sacerdocio por tres razones:
Primero, la violencia despierta una búsqueda de propósito. En un México donde la pobreza (36.3% en 2022, según Coneval) y la desigualdad alimentan el crimen, el sacerdocio ofrece una forma de servir a los más vulnerables.
Segundo, figuras como los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, asesinados en 2022 en Chihuahua mientras daban refugio a un hombre, se convierten en mártires modernos. Su sacrificio inspira a jóvenes que ven en la sotana un símbolo de resistencia.
Tercero, los conflictos refuerzan la identidad comunitaria. En zonas asediadas por el narco, las parroquias son refugios, y los sacerdotes, líderes visibles. Esto atrae a quienes quieren guiar a su gente, como se vio en Chiapas con Marcelo Pérez Pérez, asesinado en 2024 por mediar en conflictos.
El sexenio de los abrazos pudo disuadir a algunos aspirantes al sacerdocio, pero también motivó a otros atraídos por la urgencia de actuar en un país herido.
La estabilidad relativa de seminaristas sugiere que el conflicto no apagó las vocaciones, sino que las transformó, volviéndolas más conscientes del riesgo y el compromiso
Ahora bien, aunque la Semana Santa debería ser un respiro espiritual, millones peregrinan a distintos puntos del país, las procesiones llenan las calles y las parroquias se desbordan. Pero los datos cuentan otra historia.
En el sexenio de López Obrador el índice delictivo no cedió durante estas fechas a un ritmo anual que rondó los 33 mil homicidios (más del 74 % protagonizado por el crimen organizado). Para 2023, balaceras en Mazatlán empañaron las celebraciones, y en 2024, Chiapas canceló procesiones por enfrentamientos armados. La percepción de inseguridad ha sido a la fecha del 74.6% y no se apaga con las velas de Viernes Santo.
Aunque no hay registro de un llamado específico en la Semana Santa de 2025 para que la delincuencia baje, el mensaje de paz de la Iglesia Católica es constante. En 2024, la Arquidiócesis de México pidió no normalizar la sangre; en 2023, tras el asesinato de ocho jóvenes en Guanajuato, la Conferencia del Episcopado Mexicano exigió justicia.
En regiones como Michoacán, sacerdotes han mediado con cárteles para proteger comunidades, arriesgando sus vidas. Esta labor no es abstracta: la Iglesia sostiene mil 602 clínicas, 257 hospitales, 329 orfanatos y cientos de albergues para migrantes, llenando vacíos donde el Estado no llega.
La Iglesia no solo vive de fe, sino de recursos. Sus “patrocinadores” no son corporativos, y si hay empresarios que aportan, aunque son pocos, pero lo fuerte recae en los fieles que llenan las colectas en siete mil parroquias cada domingo que hacen la diferencia con sus monedas.
(El Padre Cobacame contaba un chiste relacionado con una ovación en el cielo cada que caía un billete). A su vez hay apoyos vía ofrendas de misas, bautizos y peregrinaciones, para sostener diocésis, cientos de orfanatos y asilos, miles de comederos y casas de salud e infinidad de obras sociales que no se detienen.
A esto hay que agregar los ingresos por colegiaturas de las casi nueve mil escuelas católicas que atienden a dos millones de estudiantes y a organizaciones como Cáritas que canaliza donaciones para 62 diócesis. El gobierno, aunque laico, aporta indirectamente al preservar catedrales como patrimonio cultural. Estos recursos mantienen a unas 100,000 personas: 17,700 sacerdotes, 25,000 monjas, ocho mil seminaristas y cincuenta mil laicos en roles formales.
Pero la Iglesia enfrenta un dilema. Su mensaje de paz une a millones, más no desmantela cárteles ni repara un sistema roto. Su influencia mengua frente a evangélicos y no religiosos, y su postura conservadora aleja a sectores jóvenes para seguir inspirando vocaciones.
Dentro de la Iglesia hay corrientes que apoyan la adaptación a los nuevos tiempos denominados progresistas –más ligados al populismo de izquierda–, y otros que fortalecen los preceptos eclesiásticos basados en los diez mandamientos y en los llamados pecados sociales.
Otro pensamiento más –como el de los jesuitas y otras órdenes–, establecen que no basta solo con predicar, sino que se debe convocar a foros, diálogos, apoyar a víctimas y presionar por justicia, todo dentro del laicismo mexicano.
La Semana Santa, con sus procesiones y silencios, es un recordatorio de esta misión. Mientras las velas arden, la violencia sigue. Pero si jóvenes aún eligen la sotana en un México bajo fuego, ¿qué nos dice eso sobre la fe?
No basta con rezar. La Iglesia, con sus millones de fieles y cien mil servidores, puede ser más que un refugio espiritual. Puede ser un puente entre comunidades y autoridades, un faro en la tormenta. La pregunta no es solo por qué surgen vocaciones en la crisis, sino qué hacemos todos —fieles, ciudadanos, gobierno— para que México deje de ser un vía crucis. Porque la paz no llega sola, ni siquiera en Semana Santa.
EN FIN, por hoy es todo. Nos vemos luego de Semana Santa.
Armando Vásquez Alegría es periodista con más de 35 años de experiencia en medios escritos y de internet, cuenta licenciatura en Administración de Empresas, Maestría en Competitividad Organizacional y Doctorando en Administración Pública. Es director de Editorial J. Castillo, S.A. de C.V. y de “CEO”, Consultoría Especializada en Organizaciones…
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