LA GENERACIÓN QUE SHEINBAUM NO LOGRA DESCIFRAR
El asesinato de Carlos Manzo —alcalde independiente de Uruapan escindido de morena, ejecutado a plena vista durante el Festival de las Velas— no solo amplificó el mapa de la violencia en México, posibilitó una fractura política que el gobierno no vio venir. Lo que vino después no fueron únicamente condolencias y discursos oficiales; lo que estalló fue la Generación Z, un segmento juvenil que ya entiende la política como una red capaz de movilizarse en tiempo real, no como una acartonada e insulsa mañanera.
El sacrificio de Manzo se convirtió en un símbolo potente, en una brutal evidencia del fracaso del estado frente al crimen organizado y a su lado, así como en un estridente detonante de una movilización juvenil que arrasó la narrativa oficial al grado de cimbrarla y hacerle dar tumbos… Y justo ahí es donde comenzó el choque: mientras miles de jóvenes se indignaban y organizaban desde redes sociales, la presidencia del bienestar decidió intentar distorsionar la naturaleza de esa movilización, descalificándola como una expresión social ilegítima, intentando etiquetarla paranoicamente como un “operativo político” de alcances incluso internacionales.
Sheinbaum respondió con dos acciones encontradas. Primero, la que cabía esperar: condena al homicidio que pudo haber evitado, reunión urgente con el Gabinete de Seguridad, despliegue federal y promesa de justicia. Segundo, el que encendió la discusión: deslegitimó la marcha de la Generación Z, sugiriendo que no era juvenil ni espontánea, sino una operación financiada por la derecha, influencers y hasta actores internacionales. Incluso afirmó que quienes la convocan “ni a chavorrucos llegan”.
El mensaje fue claro: antes de reconocer a la juventud indignada, el poder busca deslegitimarla políticamente.
Ese reflejo defensivo revela más de lo que pretende. El problema para el gobierno no es la violencia incontenible y consentida que mal administra, sino la narrativa que ahora produce el hartazgo juvenil: una narrativa que habla de impunidad sin matices, de un Estado incapaz de brindar seguridad, de una presidencia que reacciona más intensamente contra una marcha que contra los hechos que la detonaron.
La Generación Z no marcha por nostalgia ni por ideología: marcha porque vive la violencia como presente continuo y porque ya no cree en la distancia entre política y crimen organizado. Para ellos, la muerte de Manzo es la prueba viviente de que el país no cambia con conferencias ni planes reciclados. Su protesta es menos “anti-gobierno” que “anti-simulación”.
La reacción presidencial, en cambio, evidencia una lectura vieja del conflicto: pensar que la protesta se explica desde afuera —la derecha, los bots, los infiltrados— en lugar de reconocer que el enojo nace desde adentro, desde la experiencia diaria de una generación que se siente vulnerable, lastimada, ofendida y no ve garantías en el Estado.
El verdadero riesgo para Sheinbaum no es la marcha del 15 de noviembre; es el relato que la acompaña: que su gobierno no sabe escuchar, que prefiere desacreditar antes que dialogar, que se incomoda más con la crítica juvenil que con el crimen organizado que asesinó a un alcalde electo. Si su gobierno insiste en competir con la Generación Z en lugar de entenderla, terminará confirmando lo que los jóvenes ya entienden: que el poder siempre tiene tiempo para distorsionar y buscar contener, pero nunca suficiente para proteger.
El asesinato de Carlos Manzo abrió una herida política que no cerrará con comunicados ni con el “Plan por la Paz”. Lo que sigue en juego es la legitimidad de un gobierno que se enfrenta, quizá por primera vez, a una generación que no está dispuesta a esperar, que rompe con la parsimonia institucionalista y que no se conforma con explicaciones que huelen a control narrativo.
La pregunta ya no es qué hará la Generación Z. Ya lo hizo: Activó a una juventud subestimada, que vota y orienta el voto por encima de las redes clientelares y amenaza con expandirse más allá de los límites de la farsa del bienestar.
La pregunta es si el gobierno será capaz de abandonar la defensiva y reconocer que esta vez la indignación no fue sembrada, ni dirigida: fue la respuesta natural a lo que se esperaba fuera un intrascendente crimen que apunta en las palabras póstuma de Manzo hacia el estado, el cual luce más preocupado por quien convoca una marcha que por quien ejecuta a quien advirtió de manera premonitoria que este tigre se iba a soltar… Parece que ya se soltó y en palacio nacional, lo saben y están aterrorizados.
#Bytheway
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