AGONÍA DEL PODER: LA CAÍDA DE LA NARRATIVA
… México amanece este lunes frente a una de las movilizaciones más intensas del año: transportistas y organizaciones campesinas hoy cierran carreteras, toman aduanas con un paro nacional en 25 estados. No es una protesta improvisada, sino el resultado del cansancio de sectores que exigen seguridad en las rutas, fin a extorsiones, trámites que no asfixien y, desde el campo, precios justos, apoyo efectivo y reglas claras en el T-MEC. Tras semanas de diálogo sin resultados, las organizaciones convocantes recomiendan a la ciudadanía incluso evitar viajes para no exponerse al caos que se prevé.
Los bloqueos serán de alcance nacional: de Sinaloa a Yucatán y de Chihuahua a Veracruz, con un punto crítico en el Valle de México, donde autopistas como México–Toluca, México–Querétaro, México–Pachuca, México–Puebla, México–Cuernavaca y México–Acapulco podrían quedar prácticamente paralizadas. Más que una jornada de protesta, esta acción pone en evidencia el problema de fondo: la incapacidad del Estado para atender demandas esenciales de quienes mueven y alimentan al país.
#ByTheWay
… En paralelo, Hermosillo vive una espiral de violencia asesina que no puede pasar inadvertida. Dos líneas explicativas se abren paso con fuerza: un calentamiento de la plaza inducido para generar una idea adversa al creciente posicionamiento del presidente municipal Astiazarán de frente a la elección de gobernador de 2027, o una disputa abierta por el control territorial entre grupos que muestran repentino interés por desplazar a quienes controlan la plaza.
Sea cual sea el trasfondo, el efecto es el mismo: una capital que era ejemplo de seguridad pública y catalogada como de las más seguras a nivel nacional con programas propios y autofinanciados para el fortalecimiento de su sistema seguridad, hoy muestra grietas que exigen respuestas inmediatas y de fondo.
La gravedad del momento no es aislada: Hermosillo acumula una cadena de asesinatos en los meses recientes que rompe con la ejemplar estabilidad de los últimos cuatro años y tiene a la ciudadanía francamente preocupada.
La Fiscalía estatal aparece rebasada, lenta o selectiva en sus líneas de investigación, mientras la Mesa de Seguridad repite diagnósticos sin traducirlos en contención efectiva o una estrategia visible capaz de actuar oportunamente y disuadir.
La ciudadanía observa cómo se multiplican las ejecuciones sin claridad sobre responsables ni móviles, y ese vacío institucional alimenta la percepción de que la violencia en la ciudad solar avanza más rápido que las capacidades institucionales para frenarla.
… Lo que funciona deja de ser útil cuando deja de funcionar. Silogismo que ofende de elocuente, pero muy certero y adhoc para la ocasión.
La infumable narrativa cuatrotera ha llegado a su punto de quiebre en su tiránica vocación por imponer falsedades como verdades oficiales, luego que apareció algo que los desfasados gurús del gobierno no vieron venir: Una generación letal para la realidad alterna a la mexicana decidió reclamar el espacio que por naturaleza le pertenece. No pidieron permiso, no negociaron condiciones, no esperaron a que les cedieran la palabra. Simplemente reclamaron las redes y salieron a la calle, veneno puro para una tiranía vocal empoderada y en acelerado proceso de materializase en lo demás.
Y fue en ese momento, justo en ese instante casi invisible entre el primer paso y la primera consigna, que la narrativa del poder se resquebrajó crujiendo con tal fuerza que provocó una reacción tan virulenta y desordenada de un gobierno de calca, sin piso ni perspectiva propias, que reaccionó tal cual, con las arcaícas formas que caracterizan a un despotismo que ya huele a rancio desde su asalto al poder político de la nación.
De pronto los jóvenes —esos que durante años fueron tratados como espectadores desinteresados— irrumpieron con una nitidez que ni los estrategas, voceros mercenarios de la violencia y sicarios vocales más cínicos han logrado minimizar:
Un gobierno que se autoproclama de humanismo y amor por el pueblo recurrió a las recetas tradicionales de las dictaduras saliendo despavorido a agredir en todos los sentidos, intentando callar la voz creciente de este potente segmento social que, sin proponérselo, concentró las principales causas del resto de la ciudadanía.
Primero vino la deslegitimación, luego la infantilización (“son manipulados”), después el intento de dividirlos, y finalmente, la represión selectiva, esa que se ejecuta con cálculo demencial para enviar un mensaje autoritario sin hacerse cargo de sus pecados, derritiendo el barato maquillaje que precariamente disfraza lo ilegítimo, lo artificioso y malicioso.
Como posterior ocurrencia igualmente trompicada, luego de la inconcebible caracterización de un vergonzoso dejavú del autoritarismo setentero que no dejó fuera de la escena las golpizas contra manifestantes inofensivos, el infaltable gas lacrimógeno, los levantones a civiles,propios ajenos a la protesta, los siempre favoritos de las dictaduras presos políticos y el cinismo negacionista oficial, buscando bajarle desesperadamente al tema de la fuerza juvenil que ocupaba el centro del debate nacional, se sacan de la manga —como por arte de oportunidad— la detención de los presuntos autores intelectuales del caso del asesinato de Carlos Manzo, al que se suma ahora el de Juan Carlos Mezhua, exalcalde de Zongolica y aspirante independiente a la gubernatura de Veracruz, en medio de la gira de Sheinbaum por ese estado.
Esta detención por cierto que, lejos de cerrar el expediente, abrió más preguntas que certezas, sobre todo cuando un vocero del movimiento del sombrero, un diputado local cercano al propio Manzo, cuestionó la consistencia del operativo y la prisa por presentar resultados, omitiendo a los tres principales señalados por Manzo y sus seguidores en la investigación: El Gobernador Ramírez Bedolla, Leonel Godoy y Raúl Morón.
Y es ahí donde la marcha, la narrativa rota y la detención apresurada convergen como piezas del mismo todo, no como episodios aislados, sino como síntomas de un mismo momento político:
El autoproclamado “gobierno humanista más atacado” de su propia histeria, que empieza a perder el monopolio de la interpretación de la realidad y una ciudadanía —liderada esta vez por los más jóvenes— que ya no está dispuesta a aceptar la versión negacionista y fantasiosa del poder.
La política tiene un punto de quiebre, un instante donde los hechos dejan de obedecer las intenciones del gobierno y comienzan a responder al ánimo social. Pues bien: México está acercándose vertiginosamente a ese punto.
La Generación Z no está manifestándose por moda ni oportunismo; salió porque carga una lista de agravios que ya no se puede ocultar con ningún discurso oficial: desapariciones, asesinatos, represión, precariedad, desconfianza institucional, orfandad ocasionada por mezquindades políticas, indignación y un cansancio acumulado que no envejece, que se hereda.
Y frente a ese estallido social, el gobierno respondió con la mezcla más vieja del manual: permisividad cómplice con los violentos reventadores de la marcha pacífica, mano dura selectiva con los manifestantes inofensivos, y la puesta teatral mediática de “El rey va desnudo” para intentar penosa y trágicamente recuperar el relato.
Pero nada de eso está funcionando, hoy el país se mueve en otra frecuencia y la pregunta que deberíamos hacernos es si quienes hoy gobiernan con el manual de la represión social entendieron el mensaje, o si todavía creen que pueden administrar de esa manera una crisis que ya no controlan.
Porque cuando una generación completa pierde el miedo, cuando la narrativa se rompe y cuando las detenciones estratégicas ya no convencen ni a los cercanos, entonces ocurre lo que el poder más teme: El guion deja de estar en sus manos y se empieza a escribir un nuevo capítulo de esos que suelen ser muy costosos, de los que consignan como mueren las tiranías.
@dparra001
