Estas Líneas/Agustín Rodríguez L

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Estas Líneas/Agustín Rodríguez L

 

+ Por qué no debieran derribar edificios históricos; se pierde identidad de un pueblo; la imagen de don Abelardo, don Luis y el nacimiento de la Pesca; el Arq. Beltrán aparece en el histórico impulso de la educación de la época; la Ignacio R. Alatorre tiene la misma edad

GUAYMAS, Son. – Les diré por qué no debieran enviarse al suelo los edificios de dos escuelas primarias guaymenses, Loreto encinas de Avilés una, y Luis G. Dávila, otra, pero primero sepamos quiénes son estos personajes.

Primero las damas: doña Loreto Encinas de Avilés fue quien en 1854 descubrió la conspiración para atacar al puerto, que encabezaba Gastón de Raousset, conde de Boulbon, y llevó la información de lo que se fraguaba hasta el cuartel militar.

El aviso oportuno permitió al comandante de la plaza, el general José María Yáñez, preparar a sus soldados y, ante la precaria fuerza frente a la amenaza, doña Loreto fue la primera en sumarse a la milicia ofreciendo a sus hijos como soldados; de ser necesario, tomaría ella misma un arma.

Cada 13 de julio recordamos esa acción de los civiles guaymenses sumados al contingente militar que cubrió de gloria a las armas nacionales y frenó en este suelo el expansionismo imperial francés.

De Luis G. Dávila sabemos menos, por eso acudí al escritor e historiador Mauro Barrón Robles, reconocido por su acucioso estudio del ayer guaymense y su celoso apego a la historia.

Luis Gonzaga Dávila Zayas fue hijo del farmacéutico del pueblo –Botica Mexicana, su negocio–, don Alonso, quien había llegado de Puebla, y de doña Mercedes, alamense de distinguida familia de comerciantes y banqueros.

Se unió en matrimonio con Georgette Lire Stahl, de origen franco-alemán nacida en Guatemala, y para crearle un ambiente como el que la dama disfrutaba en aquel país, se instalaron en un rancho cercano a la playa de Bacochibampo, cuya casona resiste el paso del tiempo y hoy es rodeada por la mancha urbana en Lomas de Cortez.

Formó numerosas empresas y realizaron obra social reconocida, por eso habría nacido la relación con el general Abelardo L. Rodríguez, uno de los tres presidentes de México nacidos en Guaymas.

LAS ESCUELAS

Hombre de poder, muy relacionado fuera del país, Abelardo L. Rodríguez gobernó Baja California Norte y se hizo un empresario sobresaliente, extendiendo sus negocios a Sonora para aprovechar los litorales del noroeste mexicano. Usó el mar como fuente de riqueza y trajo la bonanza a su pueblo natal. Falleció precisamente frente al mar, en La Jolla, California.

Luis Gonzaga Dávila Zayas sumó su talento y capital al esfuerzo. Su economía le confirmó lo acertado de esa decisión.

Cuando el general Abelardo Rodríguez Luján –la inicial del segundo apellido se acostumbraba anteponerla al primero—gobernó Sonora, los notables guaymenses le pidieron obras para dar el paso siguiente en el desarrollo de la ya próspera población, principalmente en cultura y deporte.

El gobernador entregó muchas de ellas y se recuerda, por ejemplo, el estadio erigido en “La laguna”, en suelo ganado a mar –como ocurrió en el gobierno municipal de Toño Astiazarán–,   demolido en 1970 para sustituirlo dejándole el nombre del general, por el nuevo campo en la Unidad Deportiva que nos entregó Faustino Félix Serna, en 1972.

Y las escuelas. Inmuebles amplios, con una arquitectura que cubrió una época y, solo por eso, pero también por las personalidades que las dirigieron o estudiaron en ellos, adquieren el carácter histórico y deben preservarse. Eso dice la ley.

En la práctica, la piqueta gana la carrera a la ley y así han desaparecido inmuebles valiosísimos. Ese crimen de lesa historia que nos despoja de identidad se acerca ahora a las escuelas Loreto Encinas de Avilés y Luis G. Dávila, nombres que entraron en automático cuando se buscó a quienes merecían el reconocimiento de los guaymenses.

El también historiador y cronista gráfico Alfonso Uribe Corona comparte el criterio de la preservación. Él mismo se esfuerza por mantener viva su residencia en el antiguo callejón de Los Triques, o Víctor Salazar, donde apoyado por su Edna de siempre, estableció un museo y cafetería adjunta para disfrute de visitantes que no encontraban nada en el centro histórico de la ciudad.

Hoy ofrece esta opción. Hay otra, que su hermano Germán rescató, el viejo edificio del Banco Nacional de México, restaurado para envidia de muchas metrópolis, con detalles tal cual había hace más de un siglo cuando se construyó.

Pero el punto son las escuelas. Alfonso extrajo material gráfico y con él explica la importancia de la preservación. Allí están las escuelas mencionadas dentro de una lista extraída del informe del gobernador Abelardo L. rodríguez en 1944.

Fue en esos años que se emprendió la creación de la Universidad de Sonora, parte del esfuerzo histórico por la educación. En el caso guaymense, fue encomendado al Comité Regional del Estado de Sonora del Programa Federal de Construcción de Escuelas, que más tarde fuera CAPFCE (Comité Administrador) y ya aparece el nombre del legendario promotor del rubro, el arquitecto Gustavo F. Aguilar, quien firmaba el proyecto como representante del Gobernador, y el jefe de zona era José López Moctezuma.

Conocí al arquitecto Aguilar. Una eminencia quien falleció muy grande. Supe más de él por uno de sus discípulos, el arquitecto Víctor Cartagena Corral, titular de Obras Públicas en la administración municipal de Marco Antonio Llano Zaragoza. Víctor lo recuerda con admiración y agradecimiento porque aprendió mucho de él, cuando fue su auxiliar en el CAPFCE.

Así nacieron esos atractivos edificios, amplios, adaptados al ambiente, dotados de servicios y con espacio para la práctica deportiva y el encuentro social.

Pero como todo lo que no se aprecia, en varios casos fueron mutilados sus suelos para construir negocios o dedicarlos a otros fines. En el caso la Luis G. Dávila, primero perdió la esquina de calle 19 y avenida 10; después, su acceso de servicio en calle Miguel Alemán (20), se convirtió en una mueblería de los dirigentes sindicales.

Hoy, lejos de lamentar el descuido de los políticos a cargo de presupuestos para mantenerlos funcionales, la sentencia es derribarlos, cuando el dinero público debiera seguir el ejemplo de la restauración puesta por varios particulares (Uribe, Corral, Véjar).

De paso, deben saber ya los autores del inquietante anuncio, que la escuela donde trasladarían a los estudiantes a desalojar, es otro plantel de aquella época y está en las mismas condiciones.

Algo huele mal en Dinamarca.