Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

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Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

 

NI POBRES NI RICOS…IGNORADOS: EL PESO DE SER CLASE MEDIA EN MÉXICO

No son lo suficientemente pobres para recibir apoyos ni lo bastante ricos para influir en las decisiones. La clase media mexicana es el burro de carga del modelo económico: paga, produce, consume… y nadie la pela. En esta entrega abordo el olvido estructural de quienes sostienen al país sin levantar la voz.

Mientras los reflectores del debate económico se centran en los programas sociales dirigidos a los más pobres o en los grandes proyectos destinados a atraer inversión extranjera, hay un sector que permanece sistemáticamente fuera del radar: la clase media. Esa franja de la población que paga impuestos, financia el gasto público, sostiene el consumo interno y, sin embargo, no recibe prácticamente ningún respaldo directo del Estado.

La clase media mexicana, lejos de ser una élite privilegiada, es hoy un segmento presionado por la inflación, las tasas de interés, la precariedad laboral y la falta de políticas públicas diseñadas específicamente para su bienestar. Si bien algunos programas sociales universales, como las becas educativas, alcanzan a sus hijos, en términos generales este sector no es el foco de atención gubernamental. No recibe apoyos fiscales relevantes, ni subsidios directos, ni incentivos para vivienda, salud o ahorro. Vive entre el mérito y el abandono.

No es un fenómeno nuevo, pero sí se ha agudizado en años recientes. La lógica binaria de “primero los pobres” ha dejado fuera del discurso de justicia social a millones de personas que no son ni pobres ni ricos, pero que sí son esenciales para el desarrollo económico y la estabilidad democrática. En otras palabras: sin clase media, no hay país posible.

 

La paradoja del esfuerzo sin recompensa

La narrativa oficial suele exaltar el esfuerzo individual, pero en la práctica castiga a quienes se esfuerzan. Un profesionista que trabaja en el sector formal, que no evade impuestos, que paga colegiaturas, seguros, créditos, renta y consumo… no recibe más que el derecho a seguir pagando. No hay incentivos, no hay alivios, no hay estímulos. Todo lo contrario: la clase media vive con la constante amenaza de ser “reclasificada” como rica cada vez que se le quiere exprimir un poco más.

Las tasas de interés altas golpean sus créditos hipotecarios y personales. La inflación, aunque moderada, afecta su canasta básica sin que tenga acceso a subsidios. Y la salud pública, aún en proceso de reestructuración, le exige pagar consultas privadas o seguros cada vez más caros. En este contexto, la movilidad social se ha vuelto una ilusión: quien nace clase media, hoy corre más riesgo de descender que de mejorar.

 

El Estado ausente… o selectivo

México no ha desarrollado una política pública integral para atender a la clase media. Hay programas para los pobres, estímulos para grandes empresas, rescates para bancos… pero ¿y la clase media? A lo mucho, se le ofrecen deducciones limitadas en el SAT o facilidades administrativas que no compensan la carga fiscal ni la incertidumbre económica.

No hay una política de vivienda efectiva para quienes no califican en los esquemas tradicionales del Infonavit. No hay red de guarderías suficiente para madres trabajadoras formales. No hay un sistema de pensiones digno para quienes cotizaron toda su vida. Y el sistema educativo público, que fue un bastión de movilidad social, enfrenta severas limitaciones que empujan a muchas familias al endeudamiento para ofrecer mejores oportunidades a sus hijos.

 

 El riesgo de ignorar a quien sostiene el país

Si la clase media sigue siendo ignorada, puede romperse el delicado equilibrio entre legitimidad y estabilidad. La clase media no solo es un motor económico: es también un amortiguador social. Cuando se siente protegida, genera cohesión. Pero cuando se siente traicionada, se vuelve terreno fértil para el resentimiento, la polarización o la apatía política.

En muchas democracias, el debilitamiento de la clase media ha sido antesala de crisis más profundas: desde el crecimiento del populismo hasta la antipatía institucional. Si los gobiernos, de cualquier signo, no incluyen a la clase media en sus estrategias de desarrollo, estarán cavando su propia fosa.

 

¿Y si volteamos a verla?

Atender a la clase media no implica abandonar a los pobres. Implica reconocer que el desarrollo sostenible necesita un ecosistema donde todas las capas sociales puedan progresar. Significa generar políticas que premien el esfuerzo, alivien la carga fiscal, fortalezcan los servicios públicos y garanticen condiciones mínimas de estabilidad para millones de mexicanos que, hoy por hoy, se sienten solos.

Es urgente un rediseño del modelo económico que no asuma que la clase media puede aguantarlo todo. Porque no puede. Y porque si cae, arrastra consigo a todo el país.

Me despido con un comercial: sintonicen a las 6:10 de la mañana, “La Caliente” en el 90.7 de FM., el colega y amigo José Ángel Partida los viernes me abre un espacio en su noticiero en el que comentamos con más detalle esta columna y algunos otros temas. ¡No se lo pierdan!

Por hoy fue todo. Gracias por su tolerancia y hasta la próxima.

Twitter: @fjespriella

Correo: felicianoespriella@gmail.com