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Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

 

UN ALTO AL FUEGO CON LETRA CHIQUITA

Ayer, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció con bombo y platillo que se ha alcanzado un acuerdo de alto al fuego entre Israel e Irán, luego de semanas de tensión y hostilidades que pusieron al Medio Oriente —y al mundo— al borde de una conflagración regional con efectos globales. La declaración, más cercana a un acto político que a una victoria diplomática, no ha sido confirmada formalmente por Teherán ni por Jerusalén. Y eso ya dice mucho.

En teoría, un cese al fuego entre estos dos enemigos acérrimos sería una buena noticia para todos. Para Israel, significaría una oportunidad de reposicionarse tras el escándalo internacional por la devastación en Gaza y las críticas internas a la gestión de seguridad de Netanyahu. Para Irán, permitiría aliviar la presión militar y diplomática justo cuando su economía se asfixia por las sanciones y su población muestra signos crecientes de descontento. Para el resto del mundo, una desescalada sería bienvenida en tiempos de inflación global, crisis energética e incertidumbre geopolítica. Incluso los mercados, que han reaccionado con cautela, han mostrado cierto alivio ante la idea de que el petróleo no se dispare aún más.

Pero entre lo que se dice y lo que se hace hay un trecho muy largo, especialmente en materia de guerras y geopolítica. Y más aún cuando las partes involucradas tienen objetivos que, en el fondo, siguen siendo irreconciliables. En este caso, tanto Israel como Estados Unidos parecen buscar algo más que una tregua: desean un cambio de régimen en Teherán, o al menos una rendición estratégica del régimen iraní. Y eso Irán no lo va a aceptar sin pelear. Para los ayatolas, ceder en ese punto equivaldría a su propia autodestrucción política.

El anuncio de Trump, por más espectacular que parezca, también debe analizarse a la luz de las experiencias recientes. Basta con revisar los múltiples “acuerdos de alto al fuego” alcanzados entre Rusia y Ucrania en los últimos años, todos ellos efímeros, todos ellos violados —en muchas ocasiones por Ucrania, en otras por Moscú— y ninguno con resultados duraderos. Es la diplomacia del papel mojado, donde las cámaras y las declaraciones pesan más que los compromisos sostenibles. Y en este caso, sin ver un documento firmado, sin escuchar una declaración conjunta o la validación de un tercero confiable, lo de ayer es apenas un gesto unilateral, no un acuerdo real.

Aun así, sería un error minimizar el valor potencial de esta oportunidad. Si el anuncio sirve como punto de partida para un proceso más amplio, que incluya mediación internacional, reducción de hostilidades y alguna forma de entendimiento sobre las zonas de conflicto (como Siria, Líbano o los estrechos del Golfo), el resultado podría marcar el inicio del fin de un ciclo peligroso. Y si eso ocurre antes de noviembre, será una victoria política nada menor para Trump, quien hasta ahora carga con una montaña de fracasos diplomáticos: Corea del Norte, Venezuela, Afganistán, su “acuerdo del siglo” en Palestina, y el famoso “America First” que terminó por generar más tensión que orden.

Por supuesto, estamos lejos de llegar a ese escenario. Irán y sus aliados siguen operando en múltiples teatros de conflicto: desde los hutíes en Yemen, pasando por Hezbolá en Líbano y milicias chiíes en Siria e Irak. Israel, por su parte, ha dejado claro que no cesará sus operaciones si percibe amenazas latentes, y no confía en las promesas iraníes. Las próximas horas y días serán clave: si hay silencio en los cielos y calma en las fronteras, tal vez estemos ante un cambio de dinámica. Pero si los drones siguen cruzando el espacio aéreo y los misiles siguen cayendo, el anuncio de Trump no pasará de ser otra escena más en su reality show permanente.

La paz verdadera requiere más que un tuit y una rueda de prensa. Requiere voluntad real, mecanismos verificables y objetivos alcanzables. Por ahora, lo de ayer parece más un ensayo que una solución. Pero si algo hemos aprendido en este siglo turbulento es que hasta los acuerdos más frágiles pueden ser el inicio de algo más grande… siempre y cuando se lean las letras chiquitas.

 

Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima