EXTRANJEROS QUE INSULTAN, VIOLAN LA LEY Y SIGUEN COMO SI NADA…
Insultan al país, se burlan de su gente, violan reglas… y todavía se les sonríe. En México, al parecer, la soberanía se subordina al pasaporte extranjero. ¿Y el Artículo 33? Bien, gracias.
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos es clara, precisa y en este caso, contundente. Su Artículo 33 establece que los extranjeros no podrán inmiscuirse en los asuntos políticos del país, y que el Ejecutivo federal podrá expulsar del territorio nacional, de manera inmediata y sin necesidad de juicio previo, a cualquier persona extranjera cuya permanencia juzgue inconveniente.
¿Y entonces? ¿Cuándo se aplica? Porque cada vez es más frecuente ver a turistas o residentes extranjeros que no solo gozan de las bondades del país, sino que también abusan de él, ofenden a sus autoridades, desprecian a sus ciudadanos y transgreden nuestras normas con una impunidad que irrita.
Durante los últimos días, circularon en redes sociales varios videos que indignaron a miles de mexicanos. Uno de los más virales fue protagonizado por una mujer extranjera —identificada como argentina y apodada “Lady Racista”— quien fue grabada mientras insultaba con clasismo y soberbia a una agente de vigilancia en un edificio de la Ciudad de México. “Yo no hablo con esta gente”, se le escucha decir, en alusión a la trabajadora.
La razón del altercado: se le negó el acceso a ciertas amenidades del condominio por deudas de mantenimiento.
Otro video muestra a la misma mujer, ahora increpando y humillando a un agente de tránsito capitalino que intentó sancionarla por una infracción vial. Le gritó, lo despreció y se burló de su uniforme. ¿El desenlace? Ni arresto, ni multa severa, ni deportación. Solo trendingtopic en Twitter y el consuelo vacío del escarnio digital.
En Querétaro, otro hecho indignante: un grupo de turistas estadounidenses fue captado grafiteando el monolito de Peña de Bernal, patrimonio natural de México. Afortunadamente, un guía turístico los confrontó y les exigió que limpiaran su vandalismo. Uno de ellos, al ser cuestionado, solo atinó a decir con soberbia: “Soy ciudadano americano”. Como si eso le diera inmunidad. Como si eso bastara para que el país anfitrión se doblegue.
Y lo peor es que muchas veces sí nos doblamos.
La hospitalidad mexicana es legendaria. Nuestra gente —particularmente en los destinos turísticos— suele recibir al visitante con calidez y alegría. Y en efecto, la mayoría de los extranjeros que nos visitan o residen aquí lo hacen con respeto, gratitud y buen comportamiento. Pero hay una minoría creciente que abusa de esa cortesía.
Y peor aún, encuentra cobijo en la impunidad, gracias a autoridades que temen actuar por miedo a represalias diplomáticas o presiones mediáticas.
¿Dónde está la aplicación del Artículo 33 cuando más se necesita?
¿O será que seguimos siendo ese país acomplejado que prefiere quedar bien con los de fuera, incluso cuando nos escupen en la cara, antes que ejercer su soberanía?
El contraste es ofensivo. Mientras tanto, millones de mexicanos son maltratados, discriminados, humillados o deportados de manera arbitraria en otros países, particularmente en Estados Unidos.
Allá, el solo hecho de ser moreno, hablar español o tener un apellido latino basta para despertar sospechas o justificar una revisión migratoria humillante. Nuestros paisanos pagan impuestos, trabajan jornadas extenuantes, y aun así son tratados como ciudadanos de segunda. ¿Y nosotros? Aplausos, disculpas, tolerancia excesiva.
Este doble rasero no puede sostenerse. La dignidad nacional no debe ser un concepto reservado para las efemérides patrióticas ni para discursos huecos. Debe expresarse también en el ejercicio de la ley. Porque el respeto al país anfitrión debe ser innegociable, venga de quien venga, y tenga el pasaporte que tenga.
Es hora de dejar de temerle al uso del Artículo 33. No se trata de aplicar una cacería de brujas ni de cerrar las puertas al mundo. México no puede ni debe convertirse en un país hostil al extranjero. Pero sí debe ser firme con quienes, desde su privilegio foráneo, creen que están por encima de nuestras reglas o que pueden tratar a los mexicanos como sirvientes coloniales.