Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

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Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

 

COMO A XÓCHITL, CON TANTO AIRE, A LILLY TAMBIÉN LA VAN A REVENTAR

En la fauna política mexicana cada cierto tiempo aparece una figura que, sin mucho mérito, es inflada por los jilgueros mediáticos de la derecha como si fuera la reencarnación de Juana de Arco. Antes fue Xóchitl Gálvez, a quien los comentaristas de la “cofradía del chayote” ensalzaron con más loas que las dedicadas a la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre. Guadalupe Loaeza incluso la equiparó con la morenita del Tepeyac, un exceso digno de antología. Ahora, el turno parece ser de Lilly Téllez, a quien ya nomás falta que propongan inscribir su nombre con letras de oro junto a Doña Josefa Ortiz de Domínguez en el Salón de Sesiones.

Los aduladores de ocasión, que nunca pierden el olfato para detectar el próximo hueso, ya la ven como candidata de la oposición. Y lo más grave: ella misma se lo cree. Acelerada, dramatiza en el Senado cada sesión como si estuviera en un casting para “La Rosa de Guadalupe”: gritos, manotazos, lágrimas y hasta poses de heroína incomprendida. Lo mismo que intentó Xóchitl en campaña con sus vulgaridades para ganar simpatías, Lilly lo repite con desfiguros cada vez más estridentes, como si la política fuera un reality show.

El problema es que detrás del show no hay sustancia. A diferencia de Gálvez, que al menos podía presumir experiencia en cargos públicos, trayectoria empresarial y hasta una narrativa de esfuerzo personal, Téllez carece de todo eso. Su currículum político se reduce a haber sido beneficiaria de los méritos de otros. Fue candidata porque alguien la colocó, senadora porque alguien la arropó, y opositora porque el berrinche resultó más rentable que la lealtad. En su propio estado perdió estrepitosamente cuando intentó competir de frente. Esa es la base real de su “liderazgo”.

Pero los “analistas” que hoy la aplauden no pierden tiempo en pequeñeces. Para ellos, Lilly es la versión recargada de Xóchitl, la opción fresca (aunque más bien rancia) para enfrentar a la Cuarta Transformación. Se olvidan de que el electorado no se convence con histrionismos ni insultos. El voto no se gana a gritos ni con escenitas de melodrama parlamentario. Y mucho menos cuando la hoja de vida apenas alcanza para llenar media cuartilla y donde la mayor gestión administrativa ha sido, quizá, organizar una conferencia de prensa.

En una entrevista reciente, la politóloga Denise Dresser sintetizó con precisión quirúrgica el fenómeno: “Figuras como Lilly Téllez, Ricardo Salinas Pliego o Fernández Noroña obtienen visibilidad no por la solidez de sus ideas, sino por su estilo escandaloso, chocante y transgresor”. Es decir: mucho ruido, pocas nueces. O, en términos más locales, puro chile y cero tortilla.

Si se confirma que Téllez será la carta fuerte de la oposición, estaríamos frente a un escenario tragicómico. Porque si Xóchitl, con todo y su perfil más armado, apenas alcanzó a hacer bulto en la contienda presidencial, Lilly cosecharía todavía menos votos. Y no porque carezca de simpatizantes en redes sociales —siempre hay un público dispuesto a aplaudir la estridencia— sino porque la política real se gana en tierra, con estructura, con oficio, con alianzas. Ninguna de esas virtudes está en el radar de la senadora.

El aire que hoy la empuja viene de los mismos ventiladores que inflaron a Xóchitl: opinólogos deseosos de inventar mesías opositores, empresarios nostálgicos del viejo régimen y partidos que se conforman con figuras mediáticas porque ya no tienen cuadros propios. Pero como ya vimos, el globo se infla rápido… y se revienta más rápido aún.

Tarde o temprano, la sobreactuación de Lilly Téllez se topará con la realidad de su fragilidad política. No basta con gritar más fuerte que los demás. No basta con insultar en el pleno. No basta con improvisar arengas que apenas pasan la prueba del trending topic. A la hora de las urnas, cuando el ciudadano común decide con el bolsillo y con la memoria, los gritos se apagan y queda el vacío.

Si la derecha insiste en fabricarle una candidatura, terminará repitiendo la historia reciente: un arranque de euforia, una cobertura desproporcionada de los medios amigos, un par de portadas de revista… y luego, la caída estrepitosa. Así fue con Xóchitl, y así será con Lilly. La política no perdona imposturas, ni en Sonora ni en el resto del país.

Lo más irónico es que, cuando caiga, sus actuales jilgueros serán los primeros en abandonarla. La aplauden hoy como si fuera Juana de Arco, pero mañana la crucificarán como a cualquier improvisada que confundió popularidad con liderazgo. Y entonces, como dicen los clásicos, ya será demasiado tarde para reclamar.

En conclusión: Lilly Téllez no es más que la continuación de la política-espectáculo, esa en la que los reflectores pesan más que las propuestas. Inflada por el aire de los opinólogos y los partidos huérfanos de liderazgo, tarde o temprano explotará como globo de feria. Y cuando ocurra, nadie podrá decir que no estaba cantado desde el principio.

Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.