El Nobel a María Corina Machado no premia la paz: pavimenta la guerra. Es la antesala de una nueva invasión imperial disfrazada de “rescate democrático”, con ecos peligrosos para toda América Latina.
El Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado Parisca provocó vítores entre la derecha continental y sus satélites locales. Pero, ¿qué ha hecho esta señora por la paz? Absolutamente nada. Por el contrario, ha sido promotora de la confrontación, del intervencionismo extranjero y de la guerra civil en su propio país. Basta revisar sus declaraciones: ha pedido una y otra vez una intervención militar estadounidense para derrocar a Nicolás Maduro. Eso no la convierte en defensora de la democracia, sino en una vendepatria condecorada.
En mi opinión, este Nobel no es un premio moral sino una jugada política. No es la primera vez que se usa la aureola del galardón para encubrir intereses geoestratégicos. Barack Obama lo recibió mientras mantenía a su país en guerra; Henry Kissinger fue premiado en plena matanza de Vietnam. Hoy, el mismo comité decide premiar a una figura que representa los intereses más radicales de Washington y las oligarquías petroleras.
La operación es evidente: pavimentar el camino hacia una inminente invasión a Venezuela, probablemente ya en curso cuando se publique esta columna. No se trata de narcotráfico, ni de “crisis humanitaria”, sino de petróleo: el botín energético más grande del planeta. Venezuela posee más de la mitad de las reservas probadas del mundo, y Estados Unidos no ha podido apropiárselas en más de veinte años de bloqueos, sanciones y sabotajes.
Lo que está en marcha es un nuevo capítulo del intervencionismo imperial. Buques de guerra estadounidenses se mueven en el Caribe. Las redes mediáticas amplifican un mismo discurso: “Maduro cayó”, “el pueblo se rebela”, “hay que liberar a Venezuela”. Y, como siempre, los intelectuales orgánicos y los comentócratas del continente aplauden. Entre ellos, varios mexicanos de la derecha más estridente: Lilly Téllez, Alejandro “Alito” Moreno y demás gatilleros del conservadurismo mediático, quienes aplauden el Nobel y, de paso, justifican la invasión.
Estos personajes, siempre dispuestos a besar la mano del amo extranjero, repiten el libreto del Departamento de Estado. Hablan de “libertad” mientras justifican bombardeos. Piden “defender la democracia” cuando en realidad defienden su renta política y sus patrocinadores. Los mismos que invocan la intervención militar en Venezuela, la invocarían mañana en México si eso sirviera a sus intereses. Los vendepatrias no tienen bandera, sólo patrón.
Estados Unidos no ha perdonado a Venezuela su resistencia. En 2002, con apoyo de la CIA, un grupo de empresarios secuestró a Hugo Chávez e impuso como títere a Pedro Carmona, un empresario equivalente al presidente de la Coparmex mexicana. Allí estaba María Corina Machado, celebrando el golpe en el Palacio de Miraflores. Desde entonces, el laboratorio imperialista ha experimentado todo: bloqueo financiero, asfixia alimentaria, sabotaje petrolero, campañas de desinformación. Pero Venezuela sigue de pie, con avances en soberanía energética y alimentaria, y con millones de milicianos dispuestos a defender su territorio.
Eso explica la desesperación de Washington. Si no han podido rendir al pueblo venezolano, intentan desmoralizarlo con premios y símbolos. Premian a quien pidió la invasión, sancionan al país que no se rinde y preparan la narrativa de “rescate humanitario”. El libreto se repite desde Irak hasta Libia.
Por eso Claudia Sheinbaum hizo bien en no opinar sobre el Nobel. Su silencio irritó a las oposiciones porque rompe el coro servil que siempre espera alineamiento automático con Washington. Y es que en diplomacia, el silencio prudente vale más que la sumisión.
Lo que pasa en Venezuela no es un asunto lejano. Es un espejo. Hoy los buques apuntan a Caracas; mañana podrían apuntar a Campeche. La historia enseña que cuando el petróleo y la soberanía se cruzan, los misiles nunca tardan. Por eso, conviene levantar la voz: ahora son ellos… pero mañana podemos ser nosotros.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.