Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

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Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

 

QUIÉN ES JAVIER LAMARQUE?, ÁNGEL O DEMONIO?

La súbita fama del alcalde cajemense Javier Lamarque Cano entre los columnistas de Sonora revela más de la política local que de sus méritos propios. Su hoja de servicio no deslumbra, pero su cercanía con el poder estatal —y un guiño presidencial— bastan para colocarlo en el escaparate.

Parafraseando a un viejo dinosaurio del México autoritario, diríamos que el alcalde de Cajeme y aspirante a suceder a Alfonso Durazo no es ni lo uno ni lo otro… sino todo lo contrario. Ni agua ni pescado, ni ángel ni demonio. Entonces, ¿quién carambas sabe realmente quién es Javier Lamarque Cano y cuáles son sus méritos para estar, según los que “saben de política”, en la antesala de la gubernatura de Sonora?

Confieso que no lo conozco más allá de un desayuno con periodistas, donde se apresuró a decir que no tenía ningún interés en ser candidato. Naturalmente, nadie le creyó. Ayer, fue el personaje más mencionado en las columnas políticas del estado. Hilario Olea lo considera un lanzamiento prematuro; Ruiz Quirrín lo vio en San Luis Río Colorado; Arturo “Chapo” Soto lo menciona aunque no venga al caso; Samuel Valenzuela le diagnostica “distracción y confusión mental”; y Humberto “Cacho” Angulo le reprocha una respuesta poco comedida a la prensa.
Vaya récord: ni los tiempos del “borrego político” daban para tantas menciones en un solo día.

Y el día anterior fue igual, y el anterior al anterior lo mismo. Algunos lo elogian, otros lo madrean y los demás ni uno ni otro, pero lo mencionan

Detrás del repentino furor editorial hay, sin embargo, poca sustancia. Su currículum muestra tres periodos como alcalde y uno como diputado federal, con una carrera sostenida en la lealtad a la 4T y al gobernador Durazo. Nada fuera de lo común, salvo la mención afectuosa que en algún momento hizo de él la presidenta Sheinbaum. Tal vez ese sea su principal mérito: haber sido recordado por la mandataria. Si eso basta para llegar al Palacio de Gobierno, estamos ante una vuelta a la meritocracia presidencial.

¿Recuerdan a Carlos Armando Biebrich? O a Rodolfo Félix Valdez. De ninguno de los dos he escuchado menciones y reconocimientos a su mandato.

Porque si algo define su gestión en Cajeme es la paradoja. Por un lado, presume un “programa de rescate intensivo de vialidades”, con decenas de obras en proceso y bebederos públicos como símbolo de progreso urbano. Por otro, la realidad lo desmiente: Ciudad Obregón figura entre las diez urbes más inseguras del país, con un 83 % de su población que se siente en peligro según el INEGI.
Lamarque responde atacando a los medios y a las encuestas: dice que “exageran”, que “siembran pánico”. El libreto clásico de la 4T: si los datos no me favorecen, el culpable es quien los publica.

La estrategia de “obra dura” —pavimento, drenaje, agua potable— tiene su lógica: cuando la inseguridad te rebasa, al menos puedes inaugurar banquetas. Lo tangible compite contra el miedo. Y aunque su aprobación ronda el 58 %, lo cierto es que la ciudadanía parece más resignada que satisfecha: el voto por Morena se mantiene por inercia, no por convicción.
Mientras tanto, la transparencia brilla por su ausencia. El propio alcalde declaró que no sabía si en las obras se cometían irregularidades. Uno pensaría que el jefe del municipio tendría una idea, pero al parecer no.

Aun así, Lamarque conserva su activo principal: el respaldo del gobernador. Durazo no lo ha disimulado; en público pidió apoyarlo “porque están haciendo bien las cosas y amor con amor se paga”. En lenguaje político, eso equivale a la bendición papal. Y en Morena, la bendición vale más que cualquier currículum.

El escenario se perfila claro: Cajeme como bastión sureño, Hermosillo como contrapeso opositor con Antonio Astiazarán al frente, y el 2027 como la gran pelea del norte.
En esa contienda, Lamarque intentará vender pavimento como progreso y desdén por la prensa como carácter.
Quizás funcione. Al fin y al cabo, en política sonorense ya hemos visto milagros más difíciles: candidatos invisibles que de pronto se convierten en “figuras de Estado”.

Pero conviene preguntarnos, con un poco de sarcasmo y mucha autocrítica:
¿De veras eso merecemos los sonorenses? ¿Que el próximo gobernador sea elegido por acumulación de menciones en columnas, bendiciones de palacio y bebederos municipales?

Si la respuesta es sí, entonces que corra el agua… aunque sea la de los bebederos de Obregón.

Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima.