Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

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Olor a Dinero/Feliciano J. Espriella

 

DE VERDAD ESTAMOS CONDENADOS A LA CULTURA DEL CRIMEN?

El auge de los narcocorridos plantea un desafío cultural y social de fondo.

¿Estamos realmente frente a una lucha perdida o aún podemos rescatar a una generación que merece aspirar a algo más que la violencia glorificada?

Recientemente, el colega periodista y buen amigo Armando Vázquez Alegría abordó en su leída columna “Archivo Confidencial” el tema de los narcocorridos y su prohibición, la cual me causó fuerte impacto, tanto por su título: “Una lucha perdida”, como por el texto de uno de sus párrafos: “… los gobiernos podrán tratar de limitar o castigarles por cantar los narcocorridos, pero es una lucha perdida y es cuando se debe recordar que se requiere que pase una generación para que disminuya la querencia de este tipo de música”.

¿De veras estaremos frente a una lucha perdida y poco o nada podemos hacer ante este fenómeno que amenaza el desarrollo armónico de nuestros jóvenes, a quienes se presenta como ejemplo de vida a personajes envilecidos que han descendido a niveles de criminalidad inimaginables?

La pregunta no es ociosa. El auge del narcocorrido como fenómeno cultural refleja profundas grietas en nuestra sociedad. No es solo música: es una narrativa que glorifica la violencia, el dinero fácil y el poder ilegal, y que ha encontrado terreno fértil en una juventud muchas veces marginada, desorientada o sin perspectivas claras.

El fenómeno no es nuevo, pero su penetración actual entre adolescentes y jóvenes es alarmante. En diversas regiones del país, los narcocorridos han dejado de ser expresiones aisladas para convertirse en himnos generacionales. No se trata sólo de una moda: es una identidad y una aspiración de vida que, en muchos casos, sustituye los valores tradicionales del esfuerzo y la legalidad.

El consumo de narcocorridos normaliza la violencia. Las letras exaltan asesinatos, secuestros, corrupción y ostentación vulgar del poder. En jóvenes sin fuertes anclajes familiares o comunitarios, estas narrativas ofrecen una épica alternativa donde el crimen se presenta como éxito.

Recientemente, algunos artistas —ante el riesgo de sanciones— han optado por no interpretar narcocorridos. La respuesta de sectores del público ha sido preocupante: insultos, agresiones e incluso violencia física, como si negar la apología del crimen fuera una traición personal.

Esto revela algo más profundo: una subcultura que ha internalizado la violencia como parte legítima de la vida cotidiana y reacciona agresivamente ante cualquier cuestionamiento.

 

¿Es una lucha perdida?

Si asumimos la derrota, no habrá futuro mejor. Pero si reconocemos la gravedad del fenómeno y actuamos con inteligencia y constancia, aún podemos influir positivamente.

Para ello, se requieren estrategias integrales y coordinadas.

Primero, es necesaria una acción cultural profunda. No basta con prohibir: se deben crear nuevas narrativas que ofrezcan a los jóvenes referentes dignos y alcanzables. Festivales culturales, concursos de música alternativa, campañas artísticas y espacios de expresión juvenil deben formar parte de una política pública.

Segundo, las instancias de gobierno deben reforzar programas educativos y sociales que impulsen los valores de respeto y convivencia pacífica.

Tercero, las instituciones educativas deben recuperar su papel como formadoras de ciudadanía, no sólo impartiendo materias, sino construyendo ambientes de autoestima y sentido de pertenencia.

Cuarto, las instituciones religiosas, sin importar credo, pueden promover mensajes de reconciliación y dignidad humana, fortaleciendo el tejido social.

Y por supuesto, familias y sociedad civil deben asumir su parte: no podemos delegar en el Estado la formación ética de nuestros hijos.

En el ámbito legal, es necesario fortalecer las leyes de espectáculos públicos para prohibir explícitamente la apología del delito, sin vulnerar la libertad de expresión legítima, así como establecer sanciones claras para quienes promuevan la cultura del crimen en medios y plataformas digitales, especialmente en contenidos dirigidos a menores.

No podemos resignarnos a considerar esta una lucha perdida.

Quizá el desafío sea enorme y requiera más de una generación, pero si no empezamos hoy, el futuro será aún más sombrío.

El combate contra los narcocorridos no es censura: es defensa cultural.

Es un llamado urgente a reconstruir el alma de una sociedad que merece aspirar a algo más grande que la violencia.

Por hoy es todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima

Twitter: @fjespriella

Correo: felicianoespriella@gmail.com