INFLUENZA H3N2: ENTRE LA ALERTA Y EL ALARMISMO
La influenza H3N2 vuelve a encender focos informativos en el mundo. ¿Estamos ante una amenaza real o frente a otra ola de desinformación amplificada por el miedo?
En tiempos de redes sociales y noticias en tiempo real, pocas cosas se propagan más rápido que el miedo. La reciente reaparición mediática de la influenza H3N2 es un buen ejemplo de cómo un tema de salud pública puede transitar, en cuestión de días, de la vigilancia epidemiológica al alarmismo colectivo.
Conviene empezar por lo básico. La influenza H3N2 no es un virus nuevo. Forma parte de los subtipos del virus de la influenza A que circulan desde hace décadas en distintas regiones del mundo. Ha provocado brotes estacionales en Asia, Europa y América, y su comportamiento está ampliamente documentado por los sistemas internacionales de vigilancia sanitaria.
En los últimos meses, diversos países han reportado incrementos estacionales de casos de influenza, entre ellos algunos asociados al subtipo H3N2. Esto no implica, como se ha querido sugerir en redes, la aparición de una nueva pandemia ni un virus desconocido. Se trata de un fenómeno recurrente, especialmente en temporadas de frío o cambios bruscos de temperatura.
En México, la Secretaría de Salud ha sido clara: no existe una alerta sanitaria ni un riesgo extraordinario para la población. Los casos detectados forman parte del patrón esperado de influenza estacional y se encuentran bajo monitoreo. No hay evidencia de una mayor letalidad ni de mutaciones que modifiquen su comportamiento habitual.
¿Dónde se han presentado casos? Como ocurre cada año, la influenza no se distribuye de manera uniforme. Se han registrado brotes focalizados en algunas entidades con alta densidad poblacional y movilidad —principalmente zonas urbanas del centro y norte del país—, pero sin desbordamientos hospitalarios ni saturación de servicios de salud. Nada fuera del guion epidemiológico conocido.
Entonces, ¿por qué tanta inquietud? La respuesta está en la mitomanía contemporánea. En redes sociales y plataformas de mensajería se han difundido versiones que hablan de “nuevo virus mortal”, “colapso inminente del sistema de salud” o “encubrimiento gubernamental”. Narrativas que se repiten porque generan clics, no porque tengan sustento científico.
La realidad es menos estridente. La influenza H3N2 sí puede ser peligrosa, pero principalmente para los mismos grupos de siempre: adultos mayores, personas con enfermedades crónicas, mujeres embarazadas y pacientes inmunodeprimidos. Exactamente igual que otras variantes de influenza estacional. Para la población general, el riesgo es bajo si se siguen medidas básicas de prevención.
Un punto clave que suele omitirse es que las vacunas estacionales contra la influenza incluyen protección contra H3N2. No es una defensa perfecta, pero reduce significativamente el riesgo de complicaciones graves y hospitalización. Aquí es donde la discusión debería concentrarse: en reforzar la vacunación, no en sembrar pánico.
La experiencia reciente con la pandemia de COVID-19 dejó una huella profunda en la percepción social del riesgo sanitario. Hoy, cualquier brote se interpreta como una amenaza existencial. Sin embargo, confundir vigilancia epidemiológica con emergencia sanitaria es un error que solo alimenta la desinformación.
En salud pública, el equilibrio es fundamental: ni minimizar riesgos reales ni amplificar peligros inexistentes. La influenza H3N2 no debe ignorarse, pero tampoco sobredimensionarse. Informar con datos, contexto y responsabilidad sigue siendo la mejor vacuna contra el miedo.
Porque cuando el ruido supera a la evidencia, el verdadero virus que se propaga es la desconfianza.
Por hoy fue todo, gracias por su tolerancia y hasta la próxima

